Jose, el metálico
20/07/2004   Lecturas: 11.816

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Así es como le llamaba mi madre, porque le habían operado y sustituido las rótulas de las dos piernas por unas metálicas. Pero su verdadero nombre era José Manuel, ignoro su apellido.

José Manuel vivía solo, con un nivel de vida suficiente, según nos parecía. Era tan reservado con su intimidad que únicamente nos dio su teléfono hace escasas semanas, después de insistirle varias veces.

José Manuel se levantaba bastante temprano y caminaba presto por el barrio. Como había tenido un infarto de corazón, el médico le recomendaba andar cuanto pudiera. Y lo hacía, ya lo creo. Iba con un paso corto y presuroso.

Con el tiempo, a base de cruzarnos y saludarnos, empezamos a quedar a una hora y andar juntos. Yo me estoy recuperando de un infarto cerebral bastante delicado y el se adaptaba a mi ritmo. Así que andábamos calle Alcalá, hasta la Cruz de los Caídos y charlábamos de temas varios. Yo le iba proveyendo de artículos de opinión marcadamente liberales de Jiménez Losantos, Girauta, Juan José Domínguez, Pipes, Braun, Acereda y tantos otros... que solíamos comentar luego en nuestros paseos, Paseos liberales, podríamos llamarles.

Pero lo que de verdad le gustaba a Jose era el Marca. Muchas veces esperaba a vernos pasar de paseo desde el ventanal de la Fuencisla, tomando un vino verdejo. Nos cazaba al paso y seguíamos el paseo calle Alcalá arriba, primero, y abajo, después.

Le encantaba tomar de vez en cuando chupitos de ron. Costumbre que había adquirido en sus viajes a La Habana.

No había pasado buen invierno. Parecía haberle afectado demasiado un fuerte catarro, como si tuviera ya pocas defensas. Un día, hace unas semanas, vimos que andaba despacio e inseguro. Nos dijo que tenía gastroenteritis y ya no volví a verle. Le llamábamos, pero nadie respondía. Pensábamos que estaría con algún familiar lejano, porque cercanos no tenía.

La semana pasada, en una cafetería del barrio, le dijeron a mi padre que estaba ingresado en una clínica y fue a verle por la tarde. Al día siguiente falleció, no me han dicho de qué, ni sé por qué. Solamente sé que le echo de menos, en el paseo de cada día y que siento dolor cuando paso por delante de su portal, al inicio de mi calle.

Gracias a Dios, en mis paseos me acompañan aún Jiménez Losantos, Girauta, Juan José Domínguez, Pipes, Braun, Acereda y tantos otros... Y mi padre, claro.