El cochinario
19/05/2004   Lecturas: 11.573

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Así es como definió el actor mexicano Roberto Palazuelos el estado en que quedaba la cocina, tras guisar para todos sus compañeros o para ella misma -lo ignoro- Aida Nízar, una vallisoletana que ha venido a constituirse en uno de los personajes más atrabiliarios aparecidos por las televisiones españolas, en este caso Telecinco -que ya le vale- en esa carrera por la sal gorda y la audiencia que parece ganar desde hace ya meses.

Así que sal gorda, sal gorda... y la gorda salió. Salió y su paso, siempre precipitado, como de trote cochinero, no pasó desapercibido, ni mucho menos, pero para mal. Y, desde entonces, allá donde vaya sucede lo mismo; es como un gorrino suelto en una tienda de botijos. Así lo sugiere una figura prieta y ajamonada que ella ha venido a definir, tras mostrarla en la revista Interviú, como ¿uno de los mejores cuerpos de España? Ahí ná má...

Como María Teresa Campos –una mujer inteligente, no me canso de escribirlo aquí- no la quería ver por su programa, y en De tú a tú hubieron de echarla, al intentar imputar a un compañero un delito de lesiones, tras un rifí-rafe público tachándole de infiel de una manera inopinada que le costara una uña del dedo pulgar, entonces su único reducto lo constituía el programa Crónicas Marcianas de Javier Sardá.

Llegaba casi cuando Coto Matamoros, el gran polemista del programa, abandonaba el espacio, así que cayó como agua de Mayo. Pronto se hizo con su instante televisivo desbordando a sus compañeros primero y anulando al presentador después, incapaz de controlarla, pese a reiteradas advertencias y amenazas.

Pero así es la polémica llevada al extremo y hecha espectáculo: es imposible saber cómo acabará. Ya lo advertimos aquí, hace algunas semanas, en Tras la caspa, la seborrea. Nadie lo sabe mejor que Sardá.

Y menos con alguien tan egocéntrico y delirante como Aida Nízar, que se quiere tanto que es muy probable que le huelan a perfume los pedos de su culo, que le sonarán como las trompas de las puertas de la Gloria, imagino.

Pero, si se anda embriagado de triunfo, de la trompa al trompazo hay un corto camino... Así que el otro miércoles, mientras se daba un baño de multitudes internándose entre la audiencia del plató que la increpaba (¡Más, más...! ¡Venga, venga... Esto me pone, Sardá...!), acabó diciéndole a un minusválido que no quiso prestarse a la trifulca: Dios da a cada uno lo que se merece ¿¡!? Y Javier Sardá la llamó hija de puta allí y en ese momento...

Ante algo así, o ella abandonaba el programa por sentido de la dignidad -que ignoro si tiene- o Javier Sardá la expulsaba de él, expresada en unos términos tan duros su opinión sobre ella. No le quedaba otra salida: expulsar a Aida Nízar y limpiar, como pudiera, el cochinario en que él había –ella le había- convertido el programa.

No hace mucho tiempo, en otro espacio televisivo de la misma cadena, como una periodista no entendiera a qué debía su presencia allí, le preguntó ¿Pero cuál es la noticia?; Aida es la noticia le espetó la licurga, totalmente implada, casi pechopaloma.

Así que el titular de la noticia lo convertía ella en noticia misma. El gesto que ponía era tan grandilocuente que ignoro si ella se lo creía, o es que la asombraba que alguien llegara a creerla; en cualquier caso, resultaba poca chacina para tanta hambre de espectáculo. Y la estrella -¿o era cometa?- como que languidecía.

¡Qué raudamente ha trotado esta gigante roja a enana negra! Con perspectiva suficiente, hasta la vida de una estrella puede ser realmente efímera.