Que viene el lobby
16/05/2009   Lecturas: 6.627

Catilina

Aunque la traducción exacta del palabro anglosajón lobby es algo así como vestíbulo de acceso, un espacio amplio de ciertos lugares públicos destinado a espera (El que espera logra, dice un refrán español), una segunda acepción del término corresponde a un grupo de personas que se une para proteger sus intereses influyendo ante el poder político y económico mediante el empleo de una serie de estrategias de actuación. Este modo de obrar, que es legal y reconocido en los Estados Unidos de Norteamérica, en España no lo es... Hoy, en ciencia política, se habla de una lobbycracia para explicar la enorme capacidad de presión que estos lobbys ejercen sobre los centros decisorios mundiales. Como en España no son legales –nos diremos- no debemos preocuparnos de eso. Nada más erróneo.

Hace escasos días el presidente del gobierno socialista Rodríguez Zapatero (inmortalizado entre el pueblo como ZetaPé antes y hoy como ZejaParo) anunciaba su intención de retirar la publicidad de la financiación de nuestra televisión pública. Una idea que lleva dando vueltas un montón de años en España. Para ello, no es que vaya a poner a trabajar a centenares de liberados sindicales, sino que ¿piensa? subir los impuestos –cómo no- a ciertos servicios de telecomunicación. Momento a partir del cual si usted hace una llamada en su teléfono móvil –por ejemplo- pagará una sustanciosa cantidad para mantener el Ministerio de la Verdad socialista ¿Y por qué no pagar cuando compremos el papel higiénico? Me pregunté yo. Así cada, vez que nos limpiemos el culo, nos acordaremos de lo caro que nos cuesta tener un gobierno socialista, de tener al gobierno que más ha subido los impuestos en toda Europa la legislatura pasada.

En las encuestas, el consumidor español ve mayoritariamente la publicidad en televisión como un hecho positivo. A partir de ahí, estamos ante una nueva fascistada del partido socialista, de estas que tanto les gusta para restarnos libertad. Y es que la publicidad no solo intercala espacios de tiempo en que uno puede retirarse del altar casero sin perderse una parte del programa, sino que puede decidir libremente si le conviene verla o no. Nadie se la impone como nos impondrán los socialistas el nuevo gravamen que no podremos quitarnos de encima.

En el tiempo que antes ocupaban los anuncios publicitarios nos amenazan además con poner más cine español. No más arte, ni más ingeniería, no más ciencia ni medicina, ni más literatura ni... sino más cine español.

En ese momento me percato de que el partido socialista no es más que un lobby, el lobby feroz de determinados grupos minoritarios y marginales que están dispuestos a imponerse y vivir a costa de los españoles como verdaderos garroteros. Columbro que el partido socialista apenas tiene autonomía para nada, está atrapado por todos sus apoyos, todas estas sectas; que el partido es fatalmente el medio del que ellas disponen para que el poder les garantice sus objetivos. Objetivos que se resumen en uno: una existencia muelle a costa del sudor del trabajador español.

Ya no oiremos como antaño a nuestros grandes cómicos contar que han tenido que dormir en la platea del teatro, porque ahora los hay que llevan chófer y, además, defraudan a Hacienda. Nadie nos contará que le echaron del Hotel Ritz por ser actor, porque ahora son los que mantienen el hotel... Eso sí, después a interpretar el baile de la ceja.

No son los socialistas quienes concurren a las elecciones, sino que son estos grupos quienes les presentan y les teledirigen para después cobrarse sobre una libra de la carne más inmediata al corazón de España. Al cabo, solamente queda el mascarón de proa, su pragmatismo y su demagogia; unos cuantos voceras que balbucen necedades para justificar su carencia de ideales. Nada.

Ya en la época del anterior y primer gobierno socialista quedó tan clara la dependencia de partido y gobierno del grupo de comunicación PRISA, que pareciera que era el grupo el que gobernaba a través de su periódico El País y los socialistas quienes ejecutaban ciegamente sus mandatos. A partir de entonces, el gobierno socialista no ha hecho más que marchar a disposición de los grupos más marginales de la nación. De igual manera que Zapatero jamás se reunió con los representantes de cuatro millones de firmas contrarias a la modificación del estatuto catalán (unas cuantas firmas para la vieja vicepresidenta) gastaba su tiempo recibiendo a grupos radicales instalados en la marginalidad. Democracia como gobierno de los intereses de unas minorías selectas. Lobbycracia.

Esta misma semana, el día anterior al debate sobre el estado económico de la nación, dos ministras del ejecutivo socialista anunciaban la legalización del suministro sin intervención médica de la píldora abortista -llamada del día después- y la ley del gobierno para un aborto libre. Algún periodista cortito de centro-derecha lo veía sin razón como una traca para despistarnos ante el debate ¡Pobre miope! La traca, aquello que se la traía al fresco al ejecutivo, era el debate económico. Con Rajoy enfrente, al menos el empate estaba asegurado y anunciando unas cuantas medidas con cuarenta y ocho horas de caducidad, hasta la victoria ¡Qué derecha tan ciega! Era la tinta del debate (¿quién ha ganado?) la que debía despistarnos del fin primordial de este lobby de la minoría ultraabortista, que ahora se frota las manos viendo como, al día siguiente, la oposición no dedicaba ni una palabra al asunto.

Que es así como Zapatero lleva cinco años marcando a la derecha española unos goles de escalofrío ante la pasividad, todo hay que decirlo, de un pueblo inerme.